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Educar al soberano, esa te la debo

¿Cómo le va, deudoro? ¿Qué me dice, deudólar? ¿Cómo lo trata el clima, deudeuro? Como verá, quiero ser inclusivo e inclusive, y por eso les hablo a todos y todas, más allá de la moneda en la que estén endeudados.
 
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Por Marcelo Rudaeff (Rudy) para Página 12 | 

Imagen: Noticias Argentinas

Educar al soberano, esa te la debo
03.09.2018 16:48 |  ¿Cómo le va, deudoro? ¿Qué me dice, deudólar? ¿Cómo lo trata el clima, deudeuro? Como verá, quiero ser inclusivo e inclusive, y por eso les hablo a todos y todas, más allá de la moneda en la que estén endeudados.
 
Sabrán disculparme los acreedores, acreedoras y acreedólares, pero, si usted está leyendo esta nota, no creo que se trate de alguien de esa categoría. Quiero decir, si usted es argentino, latinoamericano, o simplemente terrícola,  y no forma parte del mejor equipo contrario de los últimos 50 años, ni es un perfil virtual especialmente creado para Lilitazepam se sienta contenida, entonces usted, o usteda, o ustedito, sus nietos y choznos, algo deben, o deberían. O deberiolan.
 
Y si no me creen, pregúntenle a nuestro Ministro de Evasienda, Nico Baldio (si no se aferró al dólar y está volando en las nubes), que él se lo va a explicar de una manera incomprensible y peyorativa, pero que no por ello deja de ser inexorable a la hora en que la deuda externa se traduce en el precio del morrón.
 
Así estamos.
 
Ya podemos imaginar a las multitudes apoyatorias, en las que confluyen los cuadernícolas, los que creen que hay que salvar solamente las dos vidas (y no las 45 millones de vidas, votando a otros en el 2019), y los que creen que democracia es pura y simplemente libertad de empresa, al grito de “Oh, vamo a devolver/ a devolver, devolver, vamo a devolver” (entonando la melodía que, en manos populistas, apunta a otra esperanza).
 
Ellos y ellas creen, tienen creencias, y sobre todo, acreencias. No necesitan de la ciencia, porque tienen fe. Saben que todo es mentira, saben que nada es verdad, que al mundo nada le importa, yira, yira. Y rajan los tamangos buscando dólar que lo haga durar, al plan, o al flan.
 
Entienden que, salvo que pasen cosas, van a llover dólares. Dijeron en 2016, que si hacían las cosas bien el dólar estaría a 10, y si hacían todo mal, a 16. En el momento de escribir esta nota, el dólar estaba solamente a 34, perdón. 38, perdón. 39 (sepa disculpar, lectora, tuve que ir un momento al baño), o sea que, un más del doble de 16. Tomando sus propias palabras, esto querría decir que hicieron las cosas más que doblemente mal.
 
En un ataque de autocrítica imposible de ser previsto, cabe la posibilidad que alguno de nuestros genios del mal, que como Guasones o Acertijos planean siempre un futuro penoso para el común de la gente, se acoja a la ley del arrepentido y jure que un  funcionario del gobierno anterior lo sobornó para que haga todo muy mal, así ellos pueden volver en el 2019.
 
Eso es tan poco creíble como las fotocopias. Pero, al igual que ellas, puede funcionar.
 
Mientras tanto, las escuelas primarias públicas se transforman en peligrosas, y la Universidad, pública también, en superflua. “Los pobres no llegan (y por las dudas aumentan el bondi para que sea aún más difícil llegar), y los ricos no las necesitan, porque tienen las privadas, que quizás no les den el mismo nivel educativo, pero les permite juntarse con gente ideal para hacer grandes negocios”. ¿Para qué necesitan los pobres la Universidad si luego no piensan dedicarse a hacer negocios?
 
El Sumo Maurífice la tenía muy clara, y bastante yema. En su primer año de Desgobierno buscó raudamente una manera de capacitar a nuestros jóvenes universitarios no tan pudientes, especializándolos en fabricar hamburguesas. Pero no supimos, no pudimos, no quisimos entender su visión de futuro. Así nos va.
 
Ahora la comunidad universitaria protesta, reclamando mayor presupuesto, que no haya recortes, que se estimule la investigación, y todas esas cosas que hacen los países troskistas, troskirchtas, kirchosquistas o algo así, como EEUU o Europa. Sabemos que la carne picada está cara, pero ¿tanta plata, tantos libros,  tantos laboratorios, tantos docentes necesitan para aprender a fabricar hamburguesas?
 
La verdad, diría cualquier mauriciófilo, es que la plata que se pierde en bancar a nuestros jóvenes para que aprendan a reclamar derechos que les hacen creer que tienen, bien podría aprovecharse para crear “jardines de embriones”, igualando los derechos de los argentinos que aún no nacieron con los que ya lo hicieron, o bien para demostrarle a esos del FMI que somos capaces de pagarles todo lo que nos pidan y mucho más, que es la manera de demostrar su orgullo y patriotismo que tienen los neoliberales.
 
Así les mostramos que sabemos, y no tratan de educarnos.
 
Porque para eso quiere la plata el FMI, para educarnos. Pero en la verdadera educación, donde los derechos son pocos, y los deberes, cada vez más.
 
Se trata de educar al soberano, aunque quizás él, en su humildad, prefiera que en la intimidad lo llamen Mauri.
 
Hasta la que viene.
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