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Corea del Norte: un desafío global

Los hechos, las medidas y las afirmaciones ya se conocen: asistimos a una nueva crisis en la relación entre Corea del Norte y Estados Unidos. 
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Juan Gabriel Tokatlian para Clarín | 

10.10.2017 13:43 |  Los hechos, las medidas y las afirmaciones ya se conocen: asistimos a una nueva crisis en la relación entre Corea del Norte y Estados Unidos. La diferencia de ésta con otras anteriores es que la amenaza del recurso bélico es hoy más probable. Si la crisis de principios de los 90s contemplaba, grosso modo, una probabilidad del 20% en el despliegue de una acción militar, y la del primer lustro de los 2000s un 30%, la actual parece alcanzar un 50%.
 
Frente a la situación actual hay básicamente tres alternativas. La primera consiste en reforzar el régimen de sanciones impuesto por Naciones Unidas, la Unión Europea, Japón y Estados Unidos. Las de la ONU se iniciaron en 2006, aumentaron en 2009, se elevaron en 2013 y se ampliaron en 2016.
 
Las de la UE comenzaron en 2006 y las de Japón en 2016. A iniciativa del Presidente Barack Obama, el Congreso estadounidense aprobó una serie de sanciones en 2016. En 2017 la ONU adoptó dos resoluciones—la 2371 y la 2375—que incrementaron las sanciones multilaterales y el Presidente Donald Trump emitió, el 21 de septiembre, una Orden Ejecutiva con fuertes sanciones unilaterales.
 
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Existe la sensación de que ahora un gran número los países está alineado en pos de un castigo más severo a Pyongyang. Sin embargo, hay dudas sobre su efectividad. Poco ha servido el régimen de sanciones para evitar el desarrollo nuclear, satelital y misilístico de Corea del Norte. A su vez, en el terreno económico, el intercambio de Corea del Norte con el mundo paLsó de algo más de US$ 4.000 millones en 2006 a casi US$ 10.000 millones en 2014, aunque desde ese año a 2016 bajó a US$ 6.500 millones. China esta más dispuesta a sancionar a Corea del Norte, pero no quiere perder su influencia, al tiempo que Rusia intenta incrementar su proyección sobre Pyongyang.
 
Una segunda alternativa es el uso de la fuerza; en particular por parte de Washington. Esto podría adoptar distintas modalidades en una gradiente ascendente.
 
Por ejemplo, aumentar el sistema de defensa de Corea del Sur y la presencia militar estadounidense en el Pacífico; ejecutar un bloqueo naval para hacer cumplir el conjunto de sanciones impuestas; implementar un programa encubierto de ciber-ataques más agresivo que el que aplicó la administración Obama; redesplegar armas nucleares en Corea del Sur, como ya lo había hecho Estados Unidos entre 1958 y 1991 incumpliendo unilateralmente el armisticio firmado en 1953; conformar una unidad combinada con Corea del Sur orientada a decapitar a la cúpula dirigente en Corea del Norte. Estados Unidos puede también lanzar un ataque directo con armas convencionales o, incluso, con armas nucleares.
 
De acuerdo con lo que se conoce, en 1994, durante la administración Clinton, el Pentágono elaboró un documento sobre los efectos de acción militar contra el complejo nuclear de Yongboyn. Según lo reveló Don Oberdorfer en su libro “The Two Koreas”, aquel informe establecía que ello conduciría a una guerra que tendría un millón de muertos. Recientemente Capital Economics presentó un estudio en el que indica que una guerra costaría varios billones de dólares. Cabe agregar que una confrontación armada no tendría solo víctimas coreanas; hay que recordar que Estados Unidos tiene 23.000 soldados desplegados en Corea del Sur y 39.000 en Japón. Todos se convertirán en blancos de un contra-ataque norcoreano. A su turno, nada asegura que un ataque a Corea del Norte resulte en una guerra limitada en el espacio y el tiempo y que China y Rusia se mantuvieran como observadores impávidos. Asimismo, un ataque preventivo tendría un impacto devastador sobre el derecho internacional: se abriría una caja de Pandora peligrosa que derivaría en un mundo pos-legal, hobbesiano y descontrolado.
 
La tercera alternativa es la negociación. Hay que advertir que lo que ha caracterizado el contacto entre Washington y Pionyang es un modelo de interacción negativa en el que la desconfianza mutua, las posturas incompatibles, los anuncios hostiles y las actitudes inflexibles han sobresalido. Modificar dicho modelo es difícil. Si se intentara habría que cambiar principios y propósitos lo que implicaría no suponer una solución completa e inmediata y concebir pasos incrementales. En ese sentido, se buscaría frenar—alcanzar una moratoria verificable—de las pruebas nucleares, satelitales y misilísticas de Corea del Norte a cambio de un paquete de incentivos reales. En breve, se trataría de una suerte de muy gradual desnuclearización militar que evite, por acción u omisión, el colapso del asimétrico régimen internacional de no proliferación hoy jaqueado en su credibilidad y legitimidad.
 
Como se ve, las alternativas expresan dilemas y desafíos en un marco global turbulento y en el área geopolíticamente más relevante del siglo XXI.
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