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El macrismo y sus límites

Luego de las PASO ha ganado fuerza una discusión sobre lo que es y lo que representa el macrismo. En buena hora, porque sin conocer al adversario es imposible derrotarlo. 
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Atilio A. Boron para Página 12 | 

Foto: EFE

El macrismo y sus límites
26.08.2017 20:31 |  Luego de las PASO ha ganado fuerza una discusión sobre lo que es y lo que representa el macrismo. En buena hora, porque sin conocer al adversario es imposible derrotarlo. Y, por añadidura, lo mismo acontecerá si quien pretende oponerse a sus designios y desea enfrentarlo no se conoce a sí mismo. De momento nos interesa más internarnos en lo primero que en lo segundo, tarea que dejaremos para una próxima ocasión.
 
Una nota de cautela
 
Tengo la convicción que muchos análisis sobre el macrismo parten de una visión sesgada de lo ocurrido en las PASO. Se ha vuelto un lugar común, inclusive entre los críticos de la derecha, hablar de una “gran victoria”, o de “triunfos contundentes” de Cambiemos cuando si se observan los datos que arrojan las primarias para elegir los candidatos a diputados en los 24 distritos del país se comprobará que el macrismo se alzó con el 35.9 % de los votos contra 21 % del kirchnerismo y 15,2 % del peronismo no kirchnerista. Por supuesto que hay otros elementos que deben ser considerados, como las importantes victorias en bastiones del peronismo (Entre Ríos, La Pampa, Santa Cruz, San Luis) o en distritos gobernados por partidos provinciales de gran arraigo, como Corrientes y Neuquén. Sin duda, un desempeño muy positivo pero que no alcanza para fundamentar calificaciones como las que señaláramos más arriba. Sin ir más lejos, en las elecciones legislativas de 2013 el FPV obtuvo el 33.1 % de los votos y a nadie se le ocurrió hablar, que yo sepa, de un triunfo apabullante. Esto no desmerece la victoria de Cambiemos, que probablemente se modifique a la baja una vez que se conozcan loss escrutinios definitivos de la provincia de Buenos Aires y en menor medida de Santa Fe. El triunfalismo de estos diagnósticos contrasta llamativamente con la sobriedad de uno de los  intelectuales orgánicos de la derecha argentina. Para Rosendo Fraga, pues de él estamos hablando, estas primarias “han dejado un resultado confuso, tanto en lo electoral como en lo político. En la suma nacional de votos -que nunca se presentó oficialmente- Cambiemos habría obtenido aproximadamente el 35%. Es la primera fuerza política en el ámbito nacional, pero más por la dispersión de la oposición que por un apoyo mayoritario.”[1] A lo anterior se suma el hecho, también observado por Fraga, de que si bien el oficialismo aumentaría el número de sus senadores y diputados en ningún caso llegaría a la mayoría en ninguna de las dos cámaras. Primera conclusión: está bien reconocer los aciertos del adversario, pero está mal acrecentarlos y hacerlos aparecer como más de lo que son. Se impone, por lo tanto, mayor parsimonia a la hora de comentar los resultados de las PASO.
 
Menemismo y Macrismo
 
La segunda cuestión tiene que ver con algunos paralelismos que por momentos se insinúan entre el menemismo y el macrismo. Ciertamente que hay un telón de fondo que les es común. Ambos representan variantes de una reacción neoliberal ante los “excesos” del estatismo, en el caso de Menem, o del populismo en el caso de Macri, pero hay diferencias que no son para nada insignificantes. Brevitatis causae, diría que hay cinco bien  importantes. Primero, Menem se apoyaba en un partido político, el PJ, que tenía una abrumadora presencia nacional y un gran respaldo popular anclado en las conquistas históricas del primer peronismo. Macri, en cambio, se apoya en Cambiemos, una heteróclita y sumamente volátil alianza de fuerzas políticas de derecha (y algunas de centro) que si bien al día de hoy es la única con presencia en los veinticuatro distritos del país está muy lejos de ofrecer la firme apoyatura que en los noventas el PJ le aportó a Menem. Puedo equivocarme pero tengo la convicción de que Cambiemos representa más que nada un estado de ánimo, un cierto humor social “formateado” por la oligarquía mediática más que una construcción política sólida que pueda cristalizar en la creación de un gran partido de derecha. El tiempo dirá si esta hipótesis se confirma o se refuta en el devenir de nuestra vida política. Pero, y esta es la segunda consideración, Macri tiene a su favor algo que Menem jamás tuvo: un formidable blindaje mediático suministrado por los medios de comunicación más concentrados del país y que poseen una capacidad de penetración y de manipulación de las conciencias que ni remotamente existía hace un cuarto de siglo. La debilidad de la construcción partidaria es reemplazada, por ahora, con la fortaleza de un aparato mediático que, tal como lo anticipara Gramsci, puede en ciertas ocasiones y por un tiempo determinado actuar como el “príncipe colectivo” o, como decía Engels, como el “capitalista colectivo ideal”. Pero es una situación que denota una indisimulable fragilidad política que Menem no tenía y que le permitió ejercer la presidencia durante diez años y medio. Tercero, las políticas del menemismo coincidían con las tendencias dominantes en Estados Unidos. Eran los tiempos del apogeo del Consenso de Washington cuando para ganar elecciones había que hacer pública profesión de fe neoliberal, como además de Menem lo hicieran Salinas de Gortari en México, Fernando H. Cardoso en Brasil, Alberto Fujimori en Perú y Patricio Aylwin, Eduardo Frei hijo y Ricardo Lagos en Chile. Pero ese paradigma de política económica hoy ha caído en desgracia con el ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca y el neoliberalismo que permea todo el “equipo” de Macri da la sensación de ser anacrónico en más de un sentido. Cuarto, Menem pudo implementar su proyecto sin una significativa oposición. Tanto es así que luego de seis años de privatizaciones, desregulaciones, aumento de la pobreza y desindustrialización fue re-electo en 1995 con el 50 por ciento de los votos, y que la primera gran protesta popular contra sus políticas tuvo lugar en Cutral-Có en 1996, ¡siete años después de iniciado su programa económico! La razón es fácil de comprender: Menem llega a la Casa Rosada luego de la devastación producida por la hiperinflación de 1989 y la consecuente crisis económica que destruyó empleos, reconcentró el ingreso y borró del mapa a infinidad de pequeñas y medianas empresas. Además, llegaba luego de la debacle de un gobierno del radicalismo con toda la legitimidad y esperanza que suscitaba el retorno del peronismo al poder. Menem inicia su mandato una vez consumada una tremenda derrota de las clases y capas subalternas. Macri, en cambio, encuentra una economía con muchos problemas            –inflación, déficit fiscal, desempleo creciente, estancamiento económico- y con un movimiento popular que conserva todavía una capacidad de respuesta con la que Menem nunca tuvo que lidiar. Por eso Macri se enfrentó a un cúmulo de protestas –si bien desarticuladas- a los pocos meses de iniciado su mandato, y la progresión de las protestas no ha cesado de crecer. Quinto y último, Menem pudo hacer y deshacer casi a voluntad durante sus años en la Casa Rosada porque a todo lo anterior sumaba su abyecta sumisión al imperialismo norteamericano, que le ofrecía un “paraguas protector” (metáfora utilizada por Joseph Schumpeter para referirse a la protección que la aristocracia inglesa le ofrecía a la burguesía a cambio de conservar sus privilegios y su control de la Cámara de los Lores), algo que Macri no tiene porque Estados Unidos ya no está en condiciones de ofrecer. Si en los noventas ese país experimentaba un auge  sin precedentes con la desintegración de la Unión Soviética y su victoria en la Guerra Fría, quedando como la única superpotencia del planeta, la época actual está marcada por el inocultable comienzo de un proceso de
 
declinación –reconocido por autores tan diversos como Zbigniew Brzezinski, Chalmers Johnson y Noam Chomsky, entre muchos otros- merced al cual la otrora inexpugnable “superioridad americana” ya es cosa del pasado. Macri se enfrenta a un mundo mucho más complejo y amenazante que el de los noventas y en donde la redistribución del poder mundial y la emergencia de nuevos centros de poder (Rusia, China, India) y el debilitamiento de Europa hace que aún con el ferviente apoyo de Washington la viabilidad de sus políticas esté marcada por la incertidumbre.   
 
La construcción de una nueva hegemonía
 
De todo lo anterior brota una tercera consideración, relacionada con la construcción de una duradera hegemonía macrista o de derecha en la política argentina. Son muchos los observadores y analistas que auguran su probable concreción pero la realidad aconseja ser muy prudentes en este asunto. Primero, porque la hegemonía como decía Gramsci, “nace de la fábrica” o, si se quiere, del éxito de un modelo económico. El que está intentando poner en marcha Macri es tan incoherente y contradictorio que difícilmente podría ser el fundamento de una construcción hegemónica perdurable. Miguel Ángel Broda, uno de los más connotados “gurúes” de la City porteña fue lapidario cuando sentenció, hace pocos meses atrás, que “Acá no hay plan A ni plan B, esto es insostenible en el largo plazo.”[2] El equipo económico es cualquier cosa menos un conjunto armonioso en donde todos tiran en la misma dirección. Y la improvisación y los disparates están a la orden del día: desde un endeudamiento a cien años, que constituye una brutal e irresponsable estafa intergeneracional perpetrada precisamente por la ausencia de un plan, hasta las alucinantes  declaraciones del Ministro de Hacienda pronosticando veinte años de prosperidad para la Argentina, algo que ningún colega suyo en Noruega,  Finlandia o  Nueva Zelanda se atrevería a profetizar, mucho menos en Estados Unidos u otros países europeos. Afirmaciones absurdas como esta, sobre todo en un país tan inestable e imprevisible como la Argentina, dan la pauta de que estamos en manos de una ceocracia que ignora por completo el carácter inherentemente cíclico de las economías capitalistas, o las teorías que explican su comportamiento. En segundo lugar, la construcción de una nueva hegemonía supone la capacidad del grupo dirigente de ofrecer una “dirección intelectual y moral” al resto de la sociedad, y la derecha no puede asegurar ni la una ni la otra. Además, tiene que estar dispuesto a hacer concesiones significativas a las clases y capas subalternas en aras del bienestar colectivo para que el aspirante a hegemón pueda ser visto, otra vez con Gramsci, “como la vanguardia de las energías nacionales”. El macrismo en cambio aparece como la vanguardia de los intereses de las grandes corporaciones cuyos representantes han colonizado, bajo el gobierno de Cambiemos, las alturas del aparato estatal.     
 
¿Una derecha democrática y republicana?
 
Cuarta y última reflexión, sobre el supuesto carácter democrático de esta nueva derecha y su pregonada adhesión a los valores republicanos. Este es un grave error. La derecha, desde la Revolución Francesa hasta hoy, nunca fue democrática. Ni en Europa ni en Estados Unidos, y mucho menos en América Latina. Los estados capitalistas se fueron democratizando a pesar -y no con el favor- de la derecha, en una lucha centenaria signada por periódicas regresiones autoritarias –los fascismos europeos, por ejemplo- y, en la periferia del sistema capitalista, por frecuentes baños de sangre y feroces dictaduras. Los sujetos de la democracia fueron las clases y sectores populares, comenzando este tránsito histórico con las luchas de las capas medias y los sectores organizados de la clase obrera en el mundo desarrollado para ser luego seguidos por las distintas fracciones y estratos del universo popular: los campesinos, el subproletariado urbano, las mujeres y, en algunos países, los pueblos originarios. Estas tentativas fueron sistemáticamente repelidas por la derecha, ilegalizando a sus principales actores y organizaciones políticas y sindicales, reforzando los aparatos coercitivos, sancionando una legislación represiva, encarcelando o asesinando sus líderes y provocando golpes de estado cada vez que la “amenaza democrática” aparecía incontenible. Además, haciendo gala de un racismo, una xenofobia y una homofobia incompatibles con el espíritu democrático. El padre fundador del neoliberalismo, Friedrich von Hayek, decía que el libre mercado era una necesidad, y la democracia una conveniencia, aceptable siempre y cuando los estrépitos de la lucha política no alteraran la calma que necesitan los mercados. Las burguesías aceptaron a regañadientes a la democracia una vez que esta fue vaciada de su contenido radical sintetizado en la fórmula de Abraham Lincoln: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” reemplazada por otra que concibe la democracia como l “gobierno de los mercados, por los mercados y para los mercados.” Creer que porque la derecha se ha maquillado y adopta un estilo “cool” alejado de la prepotencia de sus ancestros ha cambiado su esencia es una peligrosa ilusión.[3] Su dominio antidemocrático se ha perfeccionado con lo que Noam Chomsky denomina “estrategias de manipulación mediática”, es decir, el imperio de la “posverdad” en sus medios y en su discurso. Como bien recuerda María Pía López, al macrismo es post-democrático: “puede encarcelar sin ley, echar jueces con la argucia de demorar un acto de asunción, omitir votos, suspender conteos” y, agregaríamos nosotros, criminalizar la protesta social.[4] Tampoco es republicana, pese a que se ufana día a día en proclamar su republicanismo discursivo que no resiste la prueba de los hechos. Desde el intento de designar a dos jueces de la Corte Suprema por decreto hasta el desconocimiento de la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigiendo la liberación de Milagro Sala pasando por la “picardía” de suspender al Camarista Eduardo Freiler con una trampa leguleya y administrativa (que si se hubiera hecho durante el kirchnerismo las denuncias y la gritería de los custodios de la república habrían sido escuchadas hasta en Júpiter) hasta el vicioso ataque en contra de la Procuradora Alejandra Gils Carbó y la inacción estatal ante la desaparición de Santiago Maldonado a manos de las fuerzas represivas del estado hablan de un republicanismo “para la tribuna”, de labios para afuera y que no logra disimular la débil adhesión la derecha a los principios del republicanismo.[5]  Si a esto le agregamos la involución neocolonial de un gobierno que en el flanco internacional ha cedido posiciones en todos los campos, desde Malvinas hasta la Unasur, pasando por todas las instancias intermedias como el abandono del proyecto ARSAT III, su gris desempeño en el G20 y su triste papel como mandadero de Washington para hostigar a Venezuela comprobaremos la “insoportable levedad” de su democratismo y su republicanismo. Sobre todo si, como se ha hecho, el gobierno de Macri ha asumido como propias la agenda exterior, las prioridades y los intereses de Estados Unidos, en desmedro de nuestra viabilidad como nación soberana y dueña de su destino. Y esto sólo es suficiente para desechar cualquier pretensión de la derecha de embanderarse con la democracia porque esta tiene como condición sine qua non la soberanía popular, que se convierte en una piadosa ficción cuando no hay soberanía nacional. Y si hay algo a lo que el macrismo y toda la derecha argentina han renunciado es a preservar un mínimo de autodeterminación nacional en aras de forjar una nueva “relación carnal” con el veleidoso emperador que tiene al mundo en vilo. Por lo tanto, esa derecha no puede ser democrática, por más que su fachada y sus rituales se esfuercen por dar la impresión contraria.
 
Conclusión
 
Esta es la fisonomía sociopolítica del macrismo, un régimen que descansa más en los poderes fácticos que en las instituciones de la democracia. Para contener su arremetida y frustrar sus planes se requerirá una enorme acumulación de poder popular, de voluntades plebeyas que se sumen a un proyecto de recuperación democrática y nacional que sólo podrá ser exitoso si se construye desde abajo y democráticamente hasta en sus menores detalles. No sólo eso: también deberá efectuarse un ejercicio autocrítico que establezca un balance realista de los aciertos y desaciertos del kirchnerismo, para profundizar lo que se hizo bien, corregir lo que se hizo mal y hacer lo que no se hizo (por ejemplo, una reforma tributaria o la nacionalización del comercio exterior, entre otras iniciativas). Deberán asimismo forjarse nuevas estructuras organizativas del campo popular sin ninguna clase de hegemonismos puesto que de la derrota del 2015 nadie salió indemne y, además, librar una audaz batalla de ideas para contrarrestar los efectos narcotizantes de la oligarquía mediática puesta al servicio de la restauración conservadora. Sólo esto nos permitirá encarar las luchas que se avecinan con alguna perspectiva de éxito. Siempre y cuando se caracterice adecuadamente al adversario.
 
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