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Un argentino en la Casa Blanca

Alberto Fernández es el octavo presidente de la Argentina en ser recibido en la Casa de Gobierno de los Estados Unidos
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Por Mariano Caucino para Infobae | 

Imagen Ilustrativa - Foto: Google

Un argentino en la Casa Blanca
29.03.2023 10:14 |  Después de esperar bastante tiempo y cuando promedia el cuarto año de su mandato, Alberto Fernández consiguió su deseado objetivo de convertirse en el octavo presidente argentino en ser recibido en la Casa Blanca.

Pero, ¿qué otros Jefes de Estado argentinos lo antecedieron en el Salón Oval?

Arturo Frondizi fue el primer presidente argentino que ingresó a la Casa Blanca, cuando mantuvo su encuentro con el general Dwight D. Eisenhower. La reunión tuvo lugar el 22 de enero de 1959, en singulares circunstancias. Semanas antes, había triunfado la Revolución Cubana.

Frondizi advirtió que Castro no era “un Betancourt con barba”, pero se encontró con una gran indiferencia por parte de Eisenhower. Oscar Camilión escribió en sus Memorias que éste respondió con la frase de Jefferson de que el árbol de la libertad se riega a veces con sangre.

Frondizi mantendría dos encuentros con John F. Kennedy, pero ninguno de ellos en Washington. El primero tendría lugar en Nueva York, en septiembre de 1961, y el segundo en Palm Beach, en la Navidad de aquel año.

El regreso del general Juan Perón en 1973 alimentó algunas especulaciones y bosquejos sobre una cumbre Nixon-Perón. Incluso se pensó en acondicionar un nuevo avión presidencial para la gira, la que hubiera sido el broche final para la controversial relación del líder justicialista con los EEUU. Pero como es sabido, éste murió el 1 de julio de 1974 y todo quedó en la nada.

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Recién en 1977 un Jefe de Estado argentino volvería al Salón Oval. Ello tuvo lugar el 9 de septiembre de ese año, cuando el dictador Jorge Rafael Videla fue recibido por Jimmy Carter, en el marco de una cumbre hemisférica convocada para la firma del tratado del Canal de Panamá. La irritante cuestión de los Derechos Humanos no estaría ausente. Al punto que fue el propio Carter quien pidió por Jacobo Timerman, detenido desde abril.

Una interna sin fin se desarrollaba en el seno de las Fuerzas Armadas: mientras Videla se reunía con Carter, fue secuestrado Alfredo Bravo, víctima de los grupos de tareas que respondían al Jefe del Primer Cuerpo de Ejército Guillermo Suárez Mason, en lo que fue interpretado como un intento deliberado por incomodar a Videla. Al punto que su rival interno, el Jefe de la Armada Emilio Eduardo Massera, le había anticipado: “Vas a quedar como un infeliz”.

Con la recuperación de la democracia, un tercer mandatario argentino volvería a ser recibido en la Casa Blanca. En marzo de 1985, Raúl Alfonsín mantendría un polémico cruce con Ronald Reagan al improvisar un discurso enérgico en el que afirmó que “los EEUU comprenderán que la seguridad del hemisferio está íntimamente vinculada al desarrollo de la democracia en nuestro continente”. Sus palabras fueron interpretadas como un rechazo abierto a las políticas del gobierno norteamericano de intervención en países de la región. En especial, el argentino mantenía una dura crítica a la política en Centroamérica.

Durante la entrevista en el Salón Oval, Alfonsín concurrió acompañado por sus ministros Caputo y Sourrouille. A Reagan lo secundaban el secretario de Estado George Schultz, su par del Tesoro, James Baker y dos personas más: David Mulford y Donal Regan.

Reagan anotó en su diario: “In our meeting he brought up a variety of issues. I reassured him that we weren´t planning mil. intervention in Nicaragua. He voiced concerns about the Chilean situation. The violence there is communist caused. I agreed with him on that. He has great financial problems and is seeking a large “bridging loan”. I don´t know what we can do to help him on that. All in all through it was a good meeting.” (The Reagan Diaries, March 19 1985).

Pese a todo, Alfonsín fue homenajeado con una comida de Estado. Además de ministros y otros funcionarios, se destacaban entre los invitados el tenista Guillermo Vilas y la empresaria Amalita Fortabat. El 20, Alfonsín habló ante el Congreso norteamericano fijando su posición de no intervención en Nicaragua y sobre la “corresponsabilidad” de deudores y acreedores en el tema de la deuda.

Las profundas transformaciones en el orden mundial a fines de los años 80 provocarían una nueva aproximación a Washington. La Guerra Fría había terminado y los EEUU emergieron como única superpotencia global.

Le tocaría a un presidente peronista, Carlos Menem, conducir al país en aquellas irrepetibles circunstancias. Porque durante los luego denostados años 90, se conseguiría la designación como “aliado extra-OTAN”, los argentinos ingresaban sin visa a los EEUU y la Argentina era vista como modelo, al punto que como herencia de aquellas políticas nuestro se obtuvo la membresía en el G-20.

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En su visita de Estado, en noviembre de 1991, Menem sería ovacionado en el Capitolio. Acaso sus palabras exhibieron el punto de mayor acercamiento con los EEUU. Porque Menem sostuvo que compartía “los mismos principios de la civilización occidental. Los mismos valores que nutren vuestra Constitución, la que fue modelo y orientación de nuestra Carta Magna, hoy en plena vigencia”. Al tiempo que exaltó “los mismos valores de libertad, convivencia, derechos humanos y democracia, y de estabilidad política, económica y social en el que el pueblo argentino encuentra comprometidos sus mejores esfuerzos”.

Los éxitos de Menem con respecto a los EEUU beneficiarían a su sucesor, Fernando de la Rúa, quien sería recibido tanto por Bill Clinton como por George W. Bush en la Casa Blanca.

Pero la crisis de 2001/2002 abriría paso a un tiempo en el que -en forma creciente- se resentirían las relaciones argentino-norteamericanas. Y durante la breve presidencia de Eduardo Duhalde, el vínculo quedó sometido a las restricciones de la hora, pese a la vocación pronorteamericana y realista de quien fuera su canciller, Carlos F. Ruckauf.

En tanto, la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia el 25 de mayo de 2003 fue recibida con cautela por los norteamericanos, quienes parecieron optar por una estrategia de “wait and see”. Algunas de sus acciones así lo indicaron. A las pocas semanas de su asunción, la Administración Bush envió al secretario de Estado Collin Powell y tan temprano como en julio de aquel año Kirchner fue recibido por Bush en el Salón Oval.

Pero aquellas intenciones parecieron esfumarse rápidamente. En especial cuando, embanderado en un -supuesto- antiimperialismo adolescente, el gobierno cometió un error histórico gigantesco en ocasión de la cumbre de las Américas de Mar del Plata, en noviembre de 2005.

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Porque al rechazar la propuesta de integración hemisférica, se desaprovechó la posibilidad de que las naciones latinoamericanas negociaran en bloque frente a los EEUU. Para dar paso a que muchas terminaran acordando una a una. Con las inevitables debilidades derivadas de la asimetría.

Heredera de aquellas y otras herejías, Cristina Kirchner nunca fue recibida en la Casa Blanca en sus ocho años en la Presidencia. Y con el correr del tiempo, se deslizaría en una corriente abiertamente anti-occidental. Hasta llegar a la nunca explicada firma del Memorando de Entendimiento con Irán, un error extremo que provocaría un colapso en sus relaciones con los EEUU e Israel.

La Administración Macri daría vuelta esa página y adheriría a la promoción de la democracia y los DDHH en las Américas. Barack Obama viajó a Buenos Aires en 2016 y el presidente Macri fue recibido en Washington por el presidente Donald Trump, el 27 de abril de 2017. Hacía catorce años que un presidente argentino no ingresaba a la Casa Blanca.

Pero el retorno del kirchnerismo al poder -a través de una fórmula electoralmente ingeniosa pero políticamente destinada al fracaso- volvió a provocar un cambio en la política exterior.

Porque pese a que el presidente formal sostuvo que buscaría una relación pragmática con los EEUU -instrumentada a través de un embajador respetado como Jorge Arguello- el vínculo sufriría las limitaciones derivadas de los compromisos de quien en última instancia ha sido y sigue siendo la figura de central del oficialismo.

Inevitablemente, la relación se vería empañada en medio de las restricciones emanadas de la defensa de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua y la permanente asistencia diplomática al castrochavismo nucleado en torno al Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla.

Pero acaso otras cuestiones ocupen y expliquen la entrevista entre el presidente argentino y Joe Biden. La que se produce en medio de la creciente rivalidad estratégica entre los EEUU y la República Popular China. Un asunto crucial cuyas proyecciones no escapan a ninguna geografía. Las que abarcan incluso la a veces olvidada región latinoamericana.
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